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En el torbellino del tiempo se suceden las palabras, esas pequeñas calcificaciones de pensamiento que, como la arena en un desierto, expanden o contraen -según sea el caso-, la topografía de lo que somos. Palabras sin techo ni concierto, con rima, o atonales... Palabras de letras huérfanas. Y letras que gustan de caligrafías sensuales, obscenas, primitivas... ¡Al caer por el embudo! De un lado al otro del mar de arena, desde una bañera, como copo de nieve, o mancha de tierra. Como gotas de sudor, rojo transparente. Ganamos la libertad de soñar. Y en el sueño permanecemos. Nuestro único consuelo: Voltear el reloj, aquí, ahora, siempre. Y que siga girando mañana, entre el recuerdo del olvido, de un somos... Con aquella misma esperanza.